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Hágase la luz

Jairo Aníbal Moreno Castro

LO DECÍAMOS AYER Y LO DIREMOS MAÑANA

Decíamos ayer que el hombre es el único animal que aprende preferentemente de la teoría. Tal hazaña intelectual es el resultado inmediato de haber realizado de manera oportuna como especie y como individuo, el salto casi mágico de lo sensorial (mecánico, concreto e instintivo) a lo racional (dinámico, abstracto y discursivo). Ese salto que nos convirtió en humanos inteligentes, que nos transformó en individuos simbólicos y en sujetos con capacidades superiores para construirlo y aprenderlo todo sin depender de la experiencia sensible, puede realizarse y mantenerse vigente a través de la vida en virtud de dos actividades esencialmente humanas: la representación y la inferencia.

La representación es el acto de traer de nuevo al presente un estímulo percibido sensorialmente en el pasado y guardado en la mente como imagen. Representar nos permite archivar el mundo en la conciencia, hablar de él, recorrerlo sin necesidad de volverlo a palpar con los sentidos. En virtud de ello, hablamos de lo que no nos consta, evocamos la experiencia, añoramos el pasado.

Por su parte, inferir es una operación del más alto nivel mental, consiste en anticipar o en cerrar una información que se nos presenta tan solo como indicio, como seña inacabada. Por su condición, la inferencia es la actividad mental esencial en el aprendizaje (de hecho, aprender, hacerlo en el nivel superior, es eso, solo eso: construir información nueva a partir de información vieja). La inferencia es igualmente la gimnasia intelectual más reclamada en la lectura, más requerida en la escuela y más extrañada en las prácticas diarias de los escolares nacionales.

Nuestro problema de la semana está construido sobre esta actividad inteligente, la inferencia, especialmente la denominada inferencia lógica y textual.

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