Goles y autogoles

ACERCA DEL FÚTBOL
Otra vez la fiebre, los alaridos, la histeria colectiva de cada cuatro años provocada por una pelota; motivada por una esfera esquiva, perseguida, consentida y, a veces maltratada por dos pelotones de once hombres ansiosos de habitar la gloria para siempre. Ese es el fútbol: “La única religión que no tiene ateos”, decía Galeano. Empezaron las eliminatorias para un nuevo campeonato mundial. Atrás quedaron los duelos y dolores del presente; adelante solo el templo, el estadio, la cancha minimizada en la pantalla, ese altar sagrado comprado en cómodas cuotas a los mercaderes de pasiones. Que ruede entonces la pilotta, como la llamaban los romanos. Que gire, nos arrolle y nos arrulle; que nos cure de tantos fracasos y pesares acumulados en cuatro años bien larguitos, que nos distraiga el hambre, que nos suavice las traiciones, que nos proteja de salarios mínimos y corrupciones máximas. Bien por Fu-Chi aquel chino nada pendejo del siglo iv antes de Cristo, aficionado como nadie a las redondeces. Fun Chi, desesperado por la falta de pelotas, endureció raíces, las cubrió con cuero virgen, moldeó las curvaturas y dejó listo ese juguete sublime para aburrimiento de las chinas y beneficio de los bueyes: sus vejigas redonditas (las de los bueyes por supuesto) ya no serían manoseadas ni pateadas por los “apelotardados” de la época. Y es que la pelota se jugaba al comienzo con las manos.