La escuela que aún soñamos

Hoy, en los albores del tercer milenio, la misión de las instituciones educativas está bien definida. El compromiso que las sociedades postmodernas hacen a las comunidades escolares es, antes que cualquier otro, formar seres humanos bien habilitados para pensar, óptimamente dispuestos para aprender, verdaderamente opcionados para crecer y realmente capaces de insertarse de manera productiva y feliz en su grupo social. Tal encargo debe lograrse fomentando no sólo la convivencia democrática y un entorno de vida emocionado y feliz, sino promoviendo también la producción de conocimientos y el pensamiento superior con los más actualizados recursos conceptuales y metodológicos y, sobre todo, con la puesta en escena de acciones pedagógicas profundamente innovadoras y fundamentadas. De esta manera, el propósito de esculpir talentos humanos respetuosos de la divergencia; originales, ágiles y coherentes tanto en sus ideas como en sus actos y expresiones; verdaderamente comprometidos con la novedad y el cambio; solidarios con las circunstancias de sus conciudadanos; tolerantes de la duda y de la sorpresa, permeables a la crítica y, por encima de todo, capaces de comprender el universo con amplitud y generosidad, serán consignas realizables con oportunidad y excelencia.