Porque los maestros, sí " nacimos pa semilla"
" f. Grano que en diversas formas produce las plantas y que al caer o ser sembrado produce nuevas plantas de la misma especie" . ( Drae)

Hace ya un cuarto de siglo, un periodista caldense estremecía nuestra sensibilidad con un retrato dramático de los jóvenes antioqueños habitantes de las zonas más deprimidas afectiva y socialmente de la ciudad de Medellín. Jóvenes sin esperanza y sin destino al servicio exclusivo de la muerte. No nacieron pa semilla, decía de ellos el autor de aquel documental que aún nos duele y nos conmueve. Hoy, si bien continúan vigentes muchas de las razones que ocasionaron la desesperanza de esa generación perdida, crecida de espaldas a la vida, sin educación y sin rumbo, la situación es más que alentadora. El solo hecho de que cientos de nuevas inteligencias se alisten cada año en las Facultades nacionales de Educación para fortalecer el contingente de maestros comprometidos con la paz, la inteligencia y el amor, es una circunstancia en grado sumo alentadora.
Y es que ser maestro es eso, es solo eso, es todo eso: es oficiar como semillas de la vida, ser esos granos prodigiosos que al caer en terrenos fértiles, producen nuevas plantas, nuevos granos, otras ilusiones. Somos en verdad semillas convocadas para hacer que otras semillas sientan, disfruten su existencia, piensen con acierto, creen con novedad, aprenden con sorpresa y convivan de manera feliz y productiva. Está claro, sentir y hacer sentir; pensar y hacer pensar; crear y hacer crear; aprender y logras que otros aprendan y , finalmente, vivir y generar opciones amables de convivencia son las aristas actuales de nuestras prácticas docentes.
Ahora bien, esas prácticas magisteriales desarrolladas a partir de tales aristas, tienen por su naturaleza dinámicas muy propias: se realizan en terrenos movedizos ya que su objetivo es el conocimiento que está permanentemente en movimiento. Así que lo que aprendemos hoy, lo que ahora con pasión y con rigor conocemos en la escuela, mañana seguramente será historia. El saber de ahora, en un momento será recordado como anécdota curiosa en esos museos de nostalgias que a veces son los libros. Esa señal particular y algo mágica del conocimiento que es su movilidad incansable, le impone a nuestro trabajo de maestros tanto una obligación, como un estilo innegociables: desplazarnos sin descanso, hacerlo bien, hacerlo siempre y sin fatiga. Si el conocimiento y la vida misma se movilizan con ritmos y velocidades que superan los ritmos y las velocidades de maestros y de escuelas, cada día estaremos más alejados del saber, menos sabios y felices.
Ahora bien, la investigación, mis amigos, es la forma que tenemos los maestros de movernos. Es la estrategia para no quedarnos a la zaga. La investigación es el motor, es el camino, es el horizonte natural de nuestra profesión. La investigación es nuestro norte, es nuestro sur, es nuestro oriente y occidente. Sin ella, nuestros esfuerzos cotidianos en el aula no podrán ser sino intentos de aprendizaje descarnados, perdidos en la historia. Investigar es una práctica intelectual con raíces muy fuertes en la emoción, es descubrir los misterios de la vida, describir en detalle sus fenómenos, explicar de las distintas circunstancias del vivir, sus motivos, anticipar sus efectos, inferir sus soluciones.
Por eso y para eso investigamos. Para, además “Formar a los futuros ciudadanos para que sean aprendices más flexibles, eficaces y autónomos, dotándolos de capacidades de aprendizaje y no sólo de conocimientos específicos que suelen ser menos duraderos” ( Monereo, 1999).